octubre 21, 2009

Lulucifer

Estaba ahí entre los tres más condescendientes misterios de la nunca grata Biblioteca, la sagrada profecía del misterioso Lulucifer.
Lulucifer, una especie de gnomo asexuado, con una calidad lingüística magnánima y miles de años de experiencia en el verdadero arte de hacerse pasar por su hermanilla mayor Lucifer y hacer lo que los antiguos llamaban “diabluras”.
Una de las más notorias y afamadas características de Lulucifer, era su habilidad para describir meticulosamente la unidad tonal de las cosas nimias. Las tautologías eran sus favoritas cuando de pasatiempos se trataba. Y disfrutaba mucho reuniéndose los domingos con sus amigos del club de golf para inventar silogismos al tiempo que maltratan un poco el lenguaje.
Una vez, un famoso escritor de nacionalidad ambigua, le hizo la promesa de escribir los más esquizofrénicos y voluminosos libros de amor y guerra que un mortal simple pudiera escribir a cambio de uno de sus asexuados besos. Lulucifer, ante tal proposición se arrodillo y le pidió a un banquero que estaba cerca que por favor usara sus más importantes influencias, para que el escritor se convirtiera en un inmortal, de esos que la literatura llama maestros y que los ignorantes llaman inmortales. Obviamente no lo beso, los besos asexuados están reservados para editores New Yorkinos o artistas pop de los años 50. Lo que está de moda ahora, en palabras del sabio y proverbial Lulucifer (según escuché) son las modelos flacuchas, escuálidas y altas de las pasarelas de alta costura, que no suelen excitar mucho al vulgo. Como todos sabemos, lo que excita al vulgo no excita a los asexuados, porque ellos están sobre el vulgo.
Lulucifer, no obstante, procuraba ir de vez en cuando a los tugurios de las ciudades latinoamericanas, para enterarse de lo que pasaba a la clase alta. Él creía que para saber lo que pasaba en los más altos estratos de la sociedad, era necesario rebuscar en su basura.
Esta es la leyenda de Lulucifer, profunda y anacrónica. Simple pero compleja. Tan absurda como vital. Asexualmente excitante.
Pero no puedo terminar este cortísimo y ridículo relato sin decir que le pasó a Lulucifer. No sería grato para los queridos lectores.

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