julio 14, 2009

El perro de Goethe

Desde luego que Goethe, mi mascota, sabía que la adolescencia era mística. Eso solía decirme en las miles de conversaciones nocturnas que teníamos.
Era esa sensación de bienestar que el sol brinda, la que solo se siente en esa época de histéricas aventuras y tortas. Es ahí donde quería estar siempre Goethe.
En las cartas que le escribía a su sobrino, que justamente estaba en esa fantástica época, hacía explícito ese sentimiento e incitaba a su sobrino a disfrutar de tan bellos meses.
Su sobrino no era muy perspicaz, quería que acabara ese año de adolescencia. Quería que acabara pronto su adultéz también. Yo creo que pensaba muy seriamente en lo que una vez le dijo su tío sobre los ancianos, que eran como niños.
Goethe no se alejaba mucho de la realidad, pero ¿para qué quería su sobrino volver a ser niño?
Una tarde de domingo común, salimos a caminar como es la costumbre de los vagos, Goethe, su sobrino y yo, y en medio de la fantástica conversación que se da entre animales y humanos surgió el tema. Fue mientras bajábamos las escaleras de la iglesia, cuando el sobrino de Goethe, inmensamente impertinente, como lo son todos los adolescentes, cambió nuestra conversación sobre el calentamiento global al preguntar ¿que putas tiene de tuanis ser adolescente?
Goethe, con su sabiduría acostumbrada, le pegó un mordisco, le empezó a ladrar, se le abalanzó y lo siguió mordiendo. Su sobrino, con la impertinencia típica de su edad, le respondió los mordidos y los ladridos, en un principio no entendía que pasaba, pero de pronto, sin darse cuenta, estaba moviendo el rabo. Continuaron con su entrevero entre los jardines del parque, estropeando los tulipanes recién polinizados, espantando a uno que otro niño temeroso de los ladridos cada vez más difusos ya que por momentos se convertían en gruñidos.
Entonces creo que el sobrino de Goethe entendió, que solo en la adolecencia se pueden hacer ese tipo de cosas y lo disfrutó y no lo dejó de hacer nunca. Goethe en cambió, entendió que ser perro es mejor que ser adolescente, y siguió siendo perro hasta que murió. Lamentablemente, dejó de ser mi mascota muy pronto, ya que yo también entendí que ser perro era mejor que ser adolescente o persona y cuando un amable gendarme se acercó a decirme que controlara a mis mascotas (sin saber que solo Goethe era mi mascota) le ladré y lo mordí, y resulta que, aunque la gente no suele creerme esas cosas, es ilegal morder policías, aunque sea de juego.

Biblioteca cósmica

Nunca había reparado yo, en los acentos y desacentos de la llamada prosa del disparate, viéndome inconcientemente prejuiciado, dentro de mi rígida concepción de lo que debería ser la correcta estructura del texto literario, la cual procede de un homeostático quehacer introspectivo y elucubrativo; lejos de aquel desvarío pasional, que sugieren los afectivos aficionados o simples personajes que hablan de más (inclúyome en esta categoría según mi estado de ánimo).


Acababa yo de estudiar “El desprecio del más allá” de Horacio Elías Tórner, obra que sin más ni más, contrapone, la incapacidad de parte del lector corriente, de tolerar un obra literaria cualquiera, dentro del marco interpretativo meramente subjetivo, a la capacidad del lector (que en este caso se llama, tímidamente, creativo o elemental) de crear una obra imaginaria a partir de la obra física, la cual lejos de atribuirse a una mera interpretación, significa una tan distinta acepción de los significantes empleados por el autor original, que crea una interpretación casi insondable y absurda.


Adaptada al carácter psicológico del lector, esta interpretación da lugar a una creación literaria, dentro de los límites o ilímites de lo meramente cósmico. Estas nuevas creaciones – dice Tórner- irán a formar parte de una biblioteca insubstancial a la que tendrán acceso, solamente, aquellos igualmente aficionados y devotos colaboradores, que con sus percepciones, enriquecen este singular archivo, mediante el portal que se crea a partir de la relación entre el texto y sus insondables conexiones mentales.


Algunas de las obras, debidamente clasificadas, superan a las obras físicas, aunque su valor no puede ser medido.

julio 13, 2009

Génesis

Génesis del trueno, génesis del sueño, génesis de la memoria, génesis de lo etéreo, génesis del deseo, génesis del otrora, génesis de la introspección, génesis de la extroversión, génesis de lo mortal, génesis del fuego, génesis del árbol, génesis de la arboleda, génesis de la soledad, motivación monolítica del tiempo, un reloj, lo eterno, lo no eterno, lo eterno. Todos mis recuerdos, todas la personas a las que amé, todos mis temores, todos los lugares que visité, todos los lugares en los que fui imaginado. El génesis de tu sonrisa es inocencia, génesis de los demás, génesis de la fuga, génesis del trono, génesis del Fausto y del Bruks de Kenner, génesis de lo ficticio, génesis de todo aquello que es real, génesis del trueno, génesis del sueño, génesis de la memoria, génesis de lo etéreo.