Desde luego que Goethe, mi mascota, sabía que la adolescencia era mística. Eso solía decirme en las miles de conversaciones nocturnas que teníamos.
Era esa sensación de bienestar que el sol brinda, la que solo se siente en esa época de histéricas aventuras y tortas. Es ahí donde quería estar siempre Goethe.
En las cartas que le escribía a su sobrino, que justamente estaba en esa fantástica época, hacía explícito ese sentimiento e incitaba a su sobrino a disfrutar de tan bellos meses.
Su sobrino no era muy perspicaz, quería que acabara ese año de adolescencia. Quería que acabara pronto su adultéz también. Yo creo que pensaba muy seriamente en lo que una vez le dijo su tío sobre los ancianos, que eran como niños.
Goethe no se alejaba mucho de la realidad, pero ¿para qué quería su sobrino volver a ser niño?
Una tarde de domingo común, salimos a caminar como es la costumbre de los vagos, Goethe, su sobrino y yo, y en medio de la fantástica conversación que se da entre animales y humanos surgió el tema. Fue mientras bajábamos las escaleras de la iglesia, cuando el sobrino de Goethe, inmensamente impertinente, como lo son todos los adolescentes, cambió nuestra conversación sobre el calentamiento global al preguntar ¿que putas tiene de tuanis ser adolescente?
Goethe, con su sabiduría acostumbrada, le pegó un mordisco, le empezó a ladrar, se le abalanzó y lo siguió mordiendo. Su sobrino, con la impertinencia típica de su edad, le respondió los mordidos y los ladridos, en un principio no entendía que pasaba, pero de pronto, sin darse cuenta, estaba moviendo el rabo. Continuaron con su entrevero entre los jardines del parque, estropeando los tulipanes recién polinizados, espantando a uno que otro niño temeroso de los ladridos cada vez más difusos ya que por momentos se convertían en gruñidos.
Entonces creo que el sobrino de Goethe entendió, que solo en la adolecencia se pueden hacer ese tipo de cosas y lo disfrutó y no lo dejó de hacer nunca. Goethe en cambió, entendió que ser perro es mejor que ser adolescente, y siguió siendo perro hasta que murió. Lamentablemente, dejó de ser mi mascota muy pronto, ya que yo también entendí que ser perro era mejor que ser adolescente o persona y cuando un amable gendarme se acercó a decirme que controlara a mis mascotas (sin saber que solo Goethe era mi mascota) le ladré y lo mordí, y resulta que, aunque la gente no suele creerme esas cosas, es ilegal morder policías, aunque sea de juego.
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