Por lo pronto, Morelli es solo un personaje. Pronto, talvéz se convierta en algo más excepcional, algo único, sea alguien.
Leí recientemente la esperanzadora carta de una Maga. Era una especie de manifiesto desestructurador de la estructura del pensamiento regular (quise escribir normal, pero la normalidad no está claramente definida en estos tiempos donde todos son tan anormales que lo anormal es normal).
Morelli avanzaba por la calle tratando de entreverse. Tratando de entender cual era el motivo de su existencia. Mientras el avanzaba tratando de dejar ese estado de inmaterialidad en el que se encontraba, yo trataba de vislumbrar cual era la historia de Morelli.
La estructura literaria del joven estaba dictada en otras instancias por una estructura semidefinida que encausaba los patrones ontológicos de su memoria hacia hechos que pasarán luego y que darán sentido al relato. Me gustaba más, sin embargo, lo espacial del relato. Me gustaría más describir las cuestiones que generaban su aura mística (o no tanto) y que el relato se cuente a partir de esto. Que el sentido del relato sea dado por el ambiente. Talvéz así, el ser trascienda a algo más espiritual. Menos simple. Quizás así, el cuento de Morelli se pueda leer como se lee la arquitectura: según donde se encuentre el observador.
Así, Morelli seguía caminando sobre la avenida de la ciudad vasta, infinita y gris. Sobre el se cernía la presión ancestral de ser un épico personaje de la mitología contemporánea. No era más que un escritor. O quizás era otra cosa. Pero por la gravedad de las palabras que le rondaban en la cabeza a veces se sentía así.
Pero era más simple. Era más que todo un artista que olía a mucho café y que se mecía como cualquier ser humano cuando se pasaba ligeramente de copas. Hacía mucho tiempo que el ya no bebía. Había decidido dejar de beber cuando se cambió de nombre. Cuando se introdujo al anonimato universal de aquella ciudad de tantos habitantes como los pocos que la habitaban.
Caminando así solía encontrar a algunos conocidos, pero sobre todo desconocidos. Algunas veces, también se encontraba a el mismo. Cuando esto pasaba su tibio olor a mucho café cambiaba por un olor más caliente y combustible. Cuando esto pasaba, cuando se reencontraba, solía estar más solo que nunca. Irónico, el espacio exterior es tan vasto y solitario como Morelli cuando es el mismo.
El asunto de la muerte es algo muy grave para la familia Morelli. El bisabuelo solía morir los martes en la tarde, haciendo un rito semanal el ir a verlo morir. La familia nunca concordaba con el ideal de Morelli. Morelli nunca concordaba con la normalidad (la que ya definimos como inexistente en la contemporaneidad) Por eso el abandono de la estética de su sangre. Esta ruptura del rito de cada martes, cuando el bisabuelo solía morir, fue el punto de inflexión que llevó a Morelli a flotar en el espacio de la ciudad tan vasta como caliente. No le gustaban los ritos, no le gustaba la monotonía de estos. No era definitivamente un buen católico.